Cuidado con el Miedo, mejor no tentar al diablo
En la página web, aasafaubeda.com, mi amigo Blas Francisco Lara Pozuelo escribía un artículo: "Los miedos en la vejez". De este modo abría un debate en el que pedía colaboraciones a los lectores de la página. Ésta es mi aportación:
Bien difícil lo pones, amigo Blas, al menos a mí, para hablar del Miedo. Y quiero escribirlo expresamente con mayúscula, al menos en este escrito, porque realmente es algo singular y también para distinguirlo de ciertos temores más o menos acentuados que comúnmente llamamos miedo.
Bien difícil lo pones, amigo Blas, al menos a mí, para hablar del Miedo. Y quiero escribirlo expresamente con mayúscula, al menos en este escrito, porque realmente es algo singular y también para distinguirlo de ciertos temores más o menos acentuados que comúnmente llamamos miedo.
El presidente norteamericano, Franklin Delano Rooselbert
pidió desterrar del vocabulario dicha palabra y no desaprovechó la ocasión en
sus discursos para dejarla postergada. A lo largo de su dilatada carrera
política (el único presidente en la historia elegido en cuatro mandatos) tuvo
que plantarle cara a difíciles situaciones que verdaderamente podríamos calificarlas de pavorosas, como la Gran Depresión de 1929 y la
Segunda Guerra Mundial. En este sentido, famosa es su sentencia: “Sólo hay que
tenerle miedo al miedo”. A propósito de tal cita, viene más que pintado que
tomemos buena nota de ella, sobre todo los políticos, en estos tiempos que corren en los que algunos analistas han calificado a la actual
crisis económica como “más grave” que la del 29. Pero para hablar del Miedo sería conveniente
tener una definición del mismo. Y he aquí la dificultad que decía al principio,
porque creo que lo que conocemos son sus efectos, pero no su esencia metafísica.
Sabemos de las reacciones fisiológicas que se originan en el ser humano,
también en los animales, cuando nos enfrentamos ante situaciones que juzgamos críticamente
peligrosas: se eriza el cabello, se dilatan las pupilas, aumenta el ritmo
cardíaco, sube la adrenalina, se estiran los labios con el acto-reflejo de
mostrar los colmillos, se producen escalofríos, sudoración acentuada…. Están documentados
casos de condenados a muerte a los que sólo en 24 horas, las previas al
cumplimiento de la sentencia, les ha cambiado la pigmentación del cabello,
tornándose completamente canosos. Así mismo hemos de recordar lo que se puede
leer en los Evangelios sobre Jesucristo, en los momentos anteriores a su
prendimiento en el Huerto de los Olivos, en los que se dice que “sudó sangre”.
Soy incapaz de definir el Miedo porque no lo he vivido
en plenitud, es abstracto y entra en el terreno de la metafísica; pero sí he
estado en los umbrales y he visto su “humareda”. Es la desazón de sentirse impotente para superar
una situación que vemos nos agobia fatalmente, asociado a la pérdida de facultades, y a la
soledad y al abandono más crueles y absolutos. Circunstancias, éstas, que se
suelen dar con más facilidad en la vejez, aunque no necesariamente en ésta. Es
la pérdida de la esperanza y la carencia de todo bien, es tener plena consciencia
de vivir en la amargura de un continuo sin vivir con la sofocante perspectiva
del infinito. Es la antítesis de la vida y de la existencia.
Se nos ha dicho que el Infierno no es otra cosa que la
ausencia de Dios, con lo cual entramos en la eterna dicotomía: el bien y el
mal, la existencia y la nada, la luz y las tinieblas. Si la Vida no es otra
cosa que Dios al que llevamos dentro, el Miedo es el Maligno que nos acecha.
Mucho cuidado con frivolizar con el Miedo, mejor no
tentar al diablo. Rooselbert sabía muy bien lo que decía.
Manuel
Almagro Chinchilla
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