Cáncer... el sentido de la vida

Es difícil llevar el consuelo a quien ha recibido el terrible mazazo de haber sido diagnosticado de cáncer. Fatídica e innombrable palabra que tenemos postergada, pero que no por ello dejamos de ser conscientes de que pende sobre nosotros como una auténtica espada de Damocles. “Fatal destino el mío: es cáncer”, te dices abrumado, aún sin dar crédito a esa desconsolada sentencia que el especialista ha terminado por lanzártela después de buscar mil formas diferentes para hacerte más suave su veredicto.

Y no das crédito a sus palabras. Y juras y perjuras que se ha equivocado, que se trata de un error que más pronto que tarde quedará subsanado, porque si algo tenías seguro en la vida es que tú no tendrías esa enfermedad. Pero la realidad no tiene vuelta de hoja: es un cáncer. No terminas de identificarte con esa terrible palabra, no es tuya, a ti no te pertenece, porque eso sólo les ocurre a otros. Y te sublevas contra el destino, y reniegas con todas tus fuerzas de la vida: ¿Por qué a mí…? ¿Por qué yo…? ¡No puede ser…!

Y caminas acongojado, inerte, desalmado. Allá por donde pasas te sientes observado por ojos profundamente inquisidores de miradas que te atraviesan como sables y se clavan en lo más hondo de tu alma, mezcla de compasión y misericordia, que te pesan como una losa: ¿Por qué yo…? Te preguntas. Y no encuentras una respuesta coherente.

Y emprendes un interminable peregrinaje por consultas, despachos y por un sinfín de análisis y pruebas que, como hitos, jalonan un enmarañado camino perdido en un auténtico e interminable laberinto cuyos puntos de referencia te parecen inciertos. Desorientado en un maremágnum de cifras, fechas y citas que también juzgas inconexas

Y sientes que una gran tormenta se ha cebado en ti sin piedad alguna y te mantiene con el agua al cuello. Y palpas cómo una gruesa marejada te zarandea impíamente y ha desarbolado hasta el último palo de la última vela de la nave de tu vida. Y la noche no te ofrece más consuelo porque la oscuridad es una negligente compañera remisa al descanso; a cuya sombra, postrado, vives el sin vivir de un interminable duermevela en el que los sueños se convierten en realidad y la realidad te parece un sueño. Y buscas un cobijo bajo la almohada huyendo de uno, con guadaña, que cada noche te sale al quicio de la puerta.

La desazón te ahoga hasta en el refugio del último rincón de tu alma, donde has llegado en busca de la última creencia, de la última luz. Y te agarras a la Luz de la Vida que alumbra a toda persona que viene a este mundo. Y te dices que hasta aquí has llegado. Y decides vivir con todas tus fuerzas porque ese es el único y verdadero sentido de la vida: vivir.

Y por primera vez le plantas cara al de la guadaña, le mantienes la mirada firme y valiente en un desafío en el que le obligas a replegarse cobardemente y a esfumarse como un fantasma derrotado. Entonces ves que la vida te espera en el quicio de la puerta y que el amanecer llega de nuevo radiante con un intenso colorido. De las penetrantes miradas de tus próximos descubres que están llenas de amor, de comprensión y entregadas a la ayuda. Aquél ciego y tétrico laberinto hoy es un perfecto protocolo señalizado y diseñado expresamente para ti, donde los puntos de inflexión y todas las encrucijadas ahora están indicados con señales luminosas que marcan el camino seguro. La maraña de citas y fechas de aquella endiablada ruleta ya es un minucioso engranaje que mueve cronológicamente la cadena del cordón umbilical que te une a la vida. A una vida con sentido como el que encuentras en el seno de una sociedad organizada y solidaria a la que le entregas confiado el más preciado de tus tesoros: la Vida.

Una sociedad que es capaz de concebir asociaciones altruistas, como la Asociación Española Contra el Cáncer, consciente de la fragilidad del ser humano ante el mal, surgida hace más de cincuenta años y en cuyo proyecto original, implícitamente, ya iba tu caso. Reconforta comprobar que no estás solo, que son muchos los ojos que te miran, que nos miramos, con amor, y muchos los hombros en qué apoyarnos para andar.

Descubres que el auténtico sentido de la vida es vivirla en plenitud, cada cual con sus circunstancias, porque todos los seres vivos de este Mundo caminamos hacia el mismo final. Y el final de tus días no será el cáncer, sino la Eternidad.

Manuel Almagro, es paciente de cáncer de mama

Úbeda, ecología urbana

Biológicamente hablando la ecología urbana se ocupa de las interacciones de los seres vivos en los núcleos habitados. Mucho se puede hablar de la ecología urbana en la Capital de la Loma, aspectos como la contaminación atmosférica, los residuos sólidos, las aguas residuales, los vertidos incontrolados, la contaminación acústica, la flora y la fauna son asuntos interesantes para ser tratados en un futuro. No obstante hoy quiero referirme a uno de estos aspectos: a la flora urbana, que puebla nuestros jardines de plazas y calles que adorna monumentos. Es un tipo de flora que el hombre utiliza a voluntad, escoge especies adecuadas para los fines que persigue, controla su reproducción, las coloca y distribuye convenientemente, las cuida con verdadero mimo y juega con sus formas buscando una bonita estética para resaltar tanto las características de la propia planta como el objeto que es motivo de decoración. Es bueno que el hombre se sirva respetuosamente de la naturaleza en provecho propio. Pero hay situaciones, en nuestra querida Ciudad de los Cerros, en las que la flora urbana, que en su día se puso para realzar la belleza de nuestros monumentos, hoy cumple la misión inversa; es decir, deteriora y afea la estética. Y voy a referirme a cinco casos concretos. Uno de ellos es el magnífico ejemplar de laurel, de enormes proporciones, que impide la contemplación de la facha principal del Hospital de Santiago. Sin duda alguna que es un árbol excepcional, pero que debía lucir con todo su esplendor en otro lugar más adecuado, como por ejemplo en el Parque Norte. Una anécdota nos puede dar una idea de la aberración del caso, ocurrió cuando a mi amigo Loren le preguntaron unos turistas en la Plaza Vieja por el Hospital de Santiago. Mi buen amigo, no tuvo otra ocurrencia que decirles que se encontraba junto a un laurel que verían al final de la calle Nueva.
Otro caso es el de los cipreses que se encuentran pegados a la muralla en la puerta Graná (Sí, Graná, “ubedí básico”), un ciprés a cada lado de la puerta. Bien estuvieron cuando eran unos arbolitos que no sobrepasaban el metro de altura, pero hoy ocultan gran parte de la belleza original del conjunto, incluso el ciprés de la derecha ha tapado totalmente el matacán de la muralla, que se encuentra, por cierto, desplazado de la puerta. Estos cipreses deben ser trasplantados a otro lugar y dejar libre la muralla para que pueda exhibir toda su belleza.
Otro caso es el de los árboles de gran porte, los ailantos, que se encuentran en la acera de la fachada Sur de El Salvador y llegan hasta la Redonda de Miradores. Esta masa arbórea oculta una extraordinaria y bellísima perspectiva, no sólo de El Salvador, sino de toda la plaza de Vázquez de Molina cuando nos situamos en el Mirador de la Redonda.
Igualmente ocurre con el pequeño bosquecillo de “cinamomos”, esos árboles cuyo fruto son pequeñas bolitas amarillas, que se encuentran en la zona de la estatua de Andrés de Vandelvira y que impiden la visión del palacio del Marqués de Mancera (hasta hace poco convento de las Siervas), ocultan la fachada y puerta de la Consolá (ubedí básico) de la colegiata de Santa María, y tampoco dejan ver la Cárcel del Obispo (Juzgados). En general, las plantas ornamentales que deberían adornar la Plaza de Vázquez de Molina, deberían ser sólo setos y macizos y que no sobrepasaran el metro de altura. .
Y por último, la guinda que preside este desaguisado pastel vegetariano, nunca mejor dicho, es la yedra que cubre el campanario y gran parte de la iglesia de San Lorenzo. Este caso es el prototipo del abandono, de la dejadez, de la desidia, de la falta de tacto y del desprecio al monumento y al buen gusto. No existen precedentes de un caso semejante en la arquitectura monumental e histórica en el mundo civilizado. Un caso que ha llegado a una situación de muy difícil solución y que muy bien pudiera hacer irrecuperable este preciado monumento.

Los casos que se han expuesto seguro que cuentan con defensores para que la situación continúe tal como está, invocando una pretendida ecología que en realidad es falsa, puesto que ha roto el equilibrio flora-monumentos y no tiene en cuenta el factor humano que también forma parte de esa armonía que debe reinar en el medio ecológico urbano. En el Movimiento Ecologista, al igual que ocurre con algunas ideologías políticas y religiones, pueden arribar corrientes o individuos radicalizados, de corte “fundamentalista-integrista”, ignorantes de lo que es la concordia y el concierto ecológico. Ecologistas de pacotilla que hacen su peculiar interpretación de lo que debe ser la Ecología pura y no admiten que alguien la relativice y limite su alcance, ni tienen en cuenta que la civilización y la cultura deben estar integradas en la ecología urbana. Señores del gobierno municipal, lo mismo que han rectificado en el asunto de la cantera de la Dehesa del Moro, rectifiquen y restablezcan el equilibrio ecológico entre la flora y monumentos en nuestra querida Úbeda Patrimonio de la Humanidad.

Manuel Almagro Chinchilla