Tradiciones

Estamos a un mes vista de la Navidad y ya hace días que vivimos los prolegómenos de la tradición más popularmente arraigada de nuestra cultura cristiana, Toda tradición está íntimamente imbricada en las raíces de un pueblo, es la esencia de su cultura y la seña de identidad de una comunidad humana, de tal modo que si llega a perderse desaparece gran parte de su característica social.
Ignoro cuántas generaciones deben sucederse en la conmemoración de algo para que pueda considerarse tradición; ese rito cuasi sacramental que se luce con marchamo de prestigio y es objeto de mimo y respeto. Ninguno de nosotros podría certificar que cualquier ente o evento contemporáneo nuestro vaya a trascender al futuro y formar parte de la tradición de nuestro pueblo; para eso hace falta tiempo…

Quizás en este mundo, de creciente globalización, con una inmediatez de vértigo en el intercambio de comunicaciones y conocimientos, la tendencia sea el corrimiento o “importación-exportación” de las tradiciones más ancestrales entre pueblos. Puede dar la impresión de que estamos abocados a la homogeneización de culturas y tradiciones. Un supuesto que se confirma si examinamos las conmemoraciones festivas en las que ya estamos inmersos, que se inician con Todos los Santos y terminan bien pasados los Reyes. Así, se nos ha colado “Hallowwen”, una tradición anglosajona en la que se evoca a los muertos con disfraces terroríficos y que siembra el pánico entre los niños, y no tan niños. Mientras, aquí, hemos presenciado la desaparición de los puestos callejeros de castañas asadas y no se le augura mejor porvenir a las deliciosas gachas con tostones, hechas al calor de las ascuas de leña de oliva, dignas de figurar en la carta de postre de los más afamados restaurantes de nuestra querida Ciudad de los Cerros. Y qué hablar de la inmigración a estos lares de Papá Noel, un vejete intruso y regordete, con cara de molondro y bastante cursi, calificativos de los que no se le puede eximir ni por su pretendido arrojo de querer trepar por las ventanas. El abeto de Navidad, otro advenedizo, de origen escandinavo, que ya ha adquirido carta de nacionalidad después de sesenta años de su incursión en estos cerros. Pidamos a Dios que no desaparezcan los belenes, ni que los Reyes Magos sean transmutados en Reinas Magas, ni el buey en vaca, ni la mula en mulo, por aquello de la “paridad de sexo”, y así podríamos continuar hasta el colmo de los disparates.

Pero como “hasta san Antón Pascuas son”, dice nuestro refranero, al paseo Mercao nos vamos a la hoguera, que “todavía” goza de buena salud (por muchos años, sea), para rematar las fiestas al amor de la lumbre, con una buena rosca de buñuelos. Sí, buñuelos; los mismos que en otras partes se les llamaba “tallos”, “tejeringos”, “porras”, “calentitos”… Se ha generalizado el nombre y ya no hay buñolerías, hay churrerías y churros. Se ha perdido la identidad. Siempre hemos llamado “churros” a esos incansables peones que trabajaban en los desaparecidos y tradicionales molinos de aceite, cuyas vestimentas llenas de “churretes” (quizá de ahí derive el apelativo), acusaban la brega que mantenían a lo largo de todo el proceso de transformación de las aceitunas en el preciado “oro líquido”.

Finalizo con una petición a sus majestades, los Reyes Magos: Por favor, vuelvan a poner el letrero de “Feliz Año Nuevo”, seguido de los guarismos del año entrante, en el campanario de la Torre del Reloj de la Plaza Vieja, a donde acudí por primera vez a comer las uvas con mis padres en el año 1952.

Escribir



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Estas pocas líneas son para reafirmarse en la voluntad de escribir cada día alguna cosa, aunque sea breve. Si de verdad se tiene vocación de escritor, lo primero que hay que hacer es confirmárselo uno con decisión, sin tapujos y sin miedos, de tal modo que se empiece esta dedicación con una actitud positiva y decididamente resuelta.
Suele tropezar uno con la dificultad de no saber sobre qué escribir. Pues bien, no es que sea fácil ni difícil, es cuestión de ponerse de una forma decidida a pensar. Enseguida te vendrán mil ideas, mil pensamientos que puedes ir desmenuzándolos e ir hilvanando uno con otro y plasmarlos en un papel de la manera más sencilla y comprensible para el mayor número de posibles lectores.
Recuerdo una entrevista en televisión, hecha por la periodista Mercedes Milá a nuestro recordado Camilo José Cela. En ella le repreguntaba al prolífico literato qué es lo que hacía falta para ser un buen escritor, a lo que Cela respondió: “Escribir es muy sencillo; sólo se trata de tener algo que contar y ponerse a contarlo poniendo una palabra detrás de otra, procurando decir las menos tonterías posibles”. La respuesta fue redonda, no se calentó mucho la cabeza el gallego, creo que acertó de plano.
Un pensamiento puede ser más o menos importante en primera instancia, calificando la importancia del mismo como el grado de implicación o afectación que puede tener para la mayor parte de la sociedad en donde vivimos. Y aquí hay que hacer una importante distinción: no necesariamente la exposición de un pensamiento o una idea, que podemos considerar importante, puede llegar a ser interesante. Interesante resulta si hemos sabido exponerla con soltura, lo suficientemente clara, además de concisa, aunque adornada con ricos matices; sin olvidar un punto distendido, incluso el pequeño o gran toque de humor que revele el talante desenfadado y positivo del autor, Estos factores ayudarán a darle amenidad y fluidez al texto, además de servir como instigadores de la propia motivación para continuar en la labor. Si ponemos en práctica esta objeción podemos conseguir que un pensamiento o una idea por nimio que parezca, y realmente lo sea,  pueda llegar a ser enormemente interesante para los lectores, simple y llanamente porque el texto se presta a ello por su belleza y facilidad de compresión  a ser leído y releído con avidez y fruición.

Especialmente importante resulta analizar con espíritu crítico los textos de otros escritores, sean o no destacados, nos gusten o no, sin caer en el error de imitar o adaptarse a su estilo, aunque sí tomando buena nota de la pericia más o menos acertada de la que suelen hacer gala para transmitir sus pensamientos. En el caso de Cela (ya que ha salido a la palestra) he de decir que, aun admitiendo la favorable aceptación popular de su extensa obra, no he logrado llegar hasta el final con ninguno de sus libros; no me gusta su estilo. En realidad son muchos los autores que no me gustan, y procuro leer a todos los que puedo. Soy de los que hacen bueno el refrán de “Amigos y libros pocos y buenos”. Pero mi gusto no es un dato objetivo para calificar a un escritor,  “sobre gustos no hay nada escrito”  Un escritor es un creador, al igual que el que crea con los pinceles o en el pentagrama. El resultado de esta creación puede ser más o menos agradable o exitoso, pero no cabe la menor duda de que el autor ha puesto todo su esfuerzo y su mejor hacer, y eso merece un gran respeto.

Cada cual tiene su estilo, propio e intransferible, éste es el reflejo de la personalidad creativa, que debemos ir perfilando y cultivando constantemente, enriqueciéndola y desarrollándola.
Una vez dichas estas cuatro directrices, que no pretenden ni mucho menos sentar cátedra, tomemos la decidida determinación de escribir todos los días un poco, o un mucho, pero todos los días. No hay dificultad en escribir mientras tengamos un hálito de vida y físicamente podamos, puesto que si el escribir está basado en expresar pensamientos, el cerebro siempre está en activo incluso durmiendo.
Hasta mañana



Manuel Almagro Chinchilla   


Manuel Almagro Chinchilla