La
declaración de Úbeda como Patrimonio de la Humanidad y el interés turístico
despertado por ello ha propiciado la creación y consolidación de
infraestructuras y servicios adecuados, factores fundamentales, para recibir
una riada de visitantes que no hará sino crecer día tras día. La imagen de
turistas arremolinados en torno a un guía, recorriendo plazas y callejas de la
amplia zona monumental, forma parte ya de la normalidad en la geografía urbana
ubetense.
Como fácilmente puede comprobarse, gran parte de los monumentos que despiertan el mayor interés entre los visitantes son los que están vinculados con la religión, iglesias sobre todo, no en vano son los más suntuosos. De este modo, mecenas y arquitectos que los levantaron, quisieron rendir homenaje y dedicar lo mejor de sus vidas y haciendas en levantar la Casa del Señor.
Desconozco, y tampoco me interesa mucho saberlo,
si el grupo de turno, que recibe las oportunas y más que meticulosas explicaciones
de su guía ante la fachada de una cualquiera de nuestras iglesias, capta la espiritualidad
con que fue construida y que mana sin cesar de su interior.
El caso
adquiere carácter de excepcionalidad cuando hablamos de la Sacra Capilla de El
Salvador, el más universal y emblemático de nuestros monumentos, mandado a construir
por D. Francisco de los Cobos, aquel preclaro ubetense que fue secretario de
Carlos I (Sí, Carlos I de España) emperador del Mundo, que gozaba y ejercía de
gran influencia sobre el soberano y que tras bambalinas manejaba la política y
la hacienda del Estado. Actualmente el templo es propiedad de la casa ducal de
Medinaceli
De los
Cobos hizo El Salvador a la medida de su alma y de su bolsillo, ambos
grandiosos: “por sus obras los conoceréis”. Asistir a Misa en El Salvador es un baño en la
gracia de Dios, es una invitación a participar en la Transfiguración que
aparece en el altar mayor. Es todo un privilegio que no lo tuvo ni el mismísimo
De los Cobos ya que la muerte le sorprendió doce años antes de la finalización
del templo. Asistir a Misa en el Salvador es una integración en la suntuosidad
del templo, una sublimación para el
espíritu y un deleite para los sentidos, a pesar de contar con los bancos más
cutres e incómodos de todo el orbe eclesiástico ubetense.
Manuel Almagro Chinchilla
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